Reseña
Fausto de Goethe fusiona el racionalismo ilustrado, los límites kantianos del conocimiento, el idealismo alemán y motivos teológicos para dramatizar la incansable búsqueda de Fausto por la comprensión y el sentido últimos. La obra yuxtapone la confianza ilustrada en la razón con la crítica romántica, demostrando que la búsqueda puramente racional conduce al vacío. Propone la redención mediante una búsqueda ética continua que integra el sentimiento, el arte y la naturaleza.
Contexto
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) fue poeta, escritor, dramaturgo, científico, ministro durante la República de Weimar, ministro de Hacienda y promotor de importantes reformas sociales, como la legalización del divorcio en Alemania. Dedicó más de sesenta años a escribir Fausto, obra que comenzó a los veinte años. Publicó la primera parte completa en 1808 y continuó trabajando en la segunda hasta pocos meses antes de su muerte en 1832.
Kant
La frustración que Fausto manifiesta ante el conocimiento académico se fundamenta en la distinción kantiana entre fenómenos (lo que podemos conocer) y noúmenos (las cosas en sí mismas). Esto implica que la razón por sí sola no puede comprender la realidad total. El anhelo de Fausto por una comprensión completa e inmediata del Ser refleja la afirmación kantiana de que la razón teórica pura tiene un límite.
La ley moral de Kant y su énfasis en la autonomía moldearon los debates de finales del siglo XVIII sobre el deber y la subjetividad moral. El pacto de Fausto con Mefistófeles y su ambivalencia moral plantean problemas de responsabilidad moral, tentación y la cuestión de si el fin justifica los medios. Todo ello se presenta desde una perspectiva kantiana que privilegia el deber sobre el cálculo.
La Crítica del Juicio de Kant, con sus ideas sobre la finalidad sin finalidad y el juicio reflexivo que media entre naturaleza y libertad, influyó en la concepción que Goethe tenía del arte, la naturaleza y el significado. Algunos momentos de Fausto que enfatizan la experiencia estética, la actividad creativa o la visión reconciliadora, particularmente en Fausto II, se hacen eco de la estética kantiana.
La concepción kantiana de los organismos como fines naturales y del fin último como idea reguladora influyó en el pensamiento orgánico romántico y goetheano. El enfoque morfológico y holístico de la naturaleza de Goethe coincide con la visión kantiana de que los conceptos finalistas son herramientas necesarias, fruto del ensayo y error, para comprender la unidad biológica.
La crítica de Kant mermó la confianza en la especulación metafísica, impulsando a los pensadores hacia fundamentos morales, estéticos o prácticos para la búsqueda de significado. Las búsquedas metafísicas de Fausto, sus encuentros con espíritus y sus recurrentes fracasos pueden interpretarse como exploraciones dramáticas de lo que queda tras la crítica kantiana, donde la poesía, la acción y el esfuerzo sustituyen a la certeza especulativa.
Sin embargo, Goethe transforma y dramatiza los problemas kantianos. En lugar de resolver los impases filosóficos mediante la argumentación sistemática, los escenifica a través de los personajes y la trama, otorgando mayor influencia a la ambigüedad moral y a la experiencia sensorial que al imperativo categórico de Kant. La posible redención de Fausto mediante el esfuerzo constituye un complemento práctico a la ley moral formal de Kant: solo se debe actuar según máximas que puedan aplicarse universalmente como leyes.
Finalmente, las reflexiones de Kant sobre la libertad y lo sublime, donde se revelan la dignidad del sujeto moral y la supremacía de la razón sobre la naturaleza, afloran en la voluntad inquieta de Fausto y su énfasis final en la lucha activa. La obra hereda las inquietudes kantianas y las reinventa dentro de un drama poético y humano.
La Ilustración
La Ilustración moldea a Fausto principalmente a través de su exaltación de la razón, el conocimiento y el esfuerzo humano. La incansable búsqueda de Fausto por la comprensión empírica y metafísica, sus libros, experimentos y su insatisfacción con la sabiduría convencional reflejan la confianza ilustrada en la capacidad de la razón humana para investigar y mejorar el mundo.
Sin embargo, Goethe complejiza esa confianza al dramatizar los límites de la racionalidad pura. El pacto de Fausto y su ambivalencia moral demuestran que la ambición intelectual sin equilibrio ético ni emocional puede conducir a la ruina. Goethe contrapone la aspiración racional de la Ilustración a anhelos más profundos, a menudo irracionales, de modo que la obra escenifica una tensión en lugar de una simple adhesión a los ideales ilustrados.
Al mismo tiempo, los temas de la Ilustración se manifiestan en las escenas sociales y políticas de la tragedia. Las representaciones de la ley, la política y los proyectos económicos en la segunda parte reflejan los debates contemporáneos sobre el progreso, la utilidad y el bien común, mientras que Mefistófeles a menudo satiriza las pretensiones de la época. Goethe, en última instancia, sintetiza el impulso ilustrado y la crítica romántica, rescatando la afirmación de la obra sobre el esfuerzo (una fe ilustrada en la mejora). Pero insiste, mediante imágenes y la redención, en que la razón debe integrarse con el sentimiento, la responsabilidad moral y el respeto por la naturaleza. Esta síntesis se resume cerca del final, cuando el drama valora el persistente esfuerzo de Fausto como una cualidad humana redentora.
Idealismo alemán
El Fausto de Goethe presenta ideas del idealismo alemán en términos dramáticos y humanos. La frustración de Fausto refleja la idea kantiana de que la razón tiene límites. Su anhelo de algo más expresa la concepción de Fichte sobre el yo, que siempre busca construirse y definirse. Los momentos en que Fausto anhela la unidad con la naturaleza reflejan la visión de Schelling sobre la naturaleza como un ser vivo que revela formas ocultas. La frase de Mefistófeles «¡Yo soy el espíritu que siempre niega!» intensifica la tensión entre apariencia y realidad, obligando a Fausto a enfrentarse a la duda y la contradicción.
En lugar de enseñar filosofía idealista, Goethe transforma los debates abstractos en una historia personal, moral y emocional sobre el esfuerzo, la limitación y el deseo de plenitud.
Teología
Fausto de Goethe mezcla las inquietudes protestantes sobre la conciencia y la salvación con elementos católicos y de la religión popular. El tormento interior de Fausto y el énfasis de la obra en el esfuerzo reflejan preocupaciones protestantes: la salvación se replantea como un esfuerzo ético y continuo, en lugar de una garantía doctrinal única, resumida en el verso final: «A quien se esfuerza sin cesar, / lo salvaremos».
Al mismo tiempo, escenas como la caída de Gretchen y sus momentos de penitencia recurren a la imaginería sacramental católica y a la devoción medieval. Su lastimero «Mi amiga se ha perdido» y su posterior clamor en la catedral tienen un tono de confesión y piedad popular, como si participara en un ritual de contrición.
La reflexión religiosa se manifiesta en su intenso arrepentimiento y anhelo personal, mientras que las ideas de la Ilustración y Spinoza conciben lo divino como presente en la naturaleza y la razón. El afán de Fausto por comprender el mundo natural y armonizar con él concibe a Dios como algo que se alcanza tanto a través de la experiencia y el esfuerzo intelectual como a través de la doctrina revelada.
Mefistófeles actúa como tentador y acusador, poniendo a prueba la libertad humana y la ambigüedad moral. Su papel se asemeja más al del fiscal medieval que al de un diablo con una doctrina rígida. La obra está repleta de ecos bíblicos y temas paulinos: el pecado, la ley, la gracia. Las súplicas de misericordia de Gretchen y el ritmo bíblico de la escena final subrayan esta tradición.
Sin embargo, Goethe, en última instancia, universaliza la idea de la redención. La obra concibe la salvación basada en la lucha moral y la autoformación, más que en fórmulas teológicas estrictas. El coro final ofrece una paradoja esperanzadora: esforzarse sin cesar es, en sí mismo, un camino hacia la liberación.
Resumen
La primera parte (1808) está escrita en una serie de escenas episódicas, pero no en actos. La poesía es mayoritariamente rimada, de carácter ligero y humorístico, y se caracteriza por un ritmo irregular. La historia picaresca se desarrolla en diversos escenarios alemanes, y los personajes resultarían familiares para los lectores alemanes de las zonas.
En cambio, la segunda parte (1832) presenta una estructura más formal en cinco actos, aunque conserva su carácter picaresco. Sus formas poéticas son variadas, algunas con reminiscencias de los orígenes clásicos. Asimismo, está poblada de emperadores y nobles, así como de personajes extraídos de la mitología clásica e incluso de la Biblia.
Parte 1
Mefistófeles, el diablo, le dice a Dios que puede tentar a Fausto para que peque, pero Dios confía en él. Fausto es muy inteligente, pero infeliz. Aunque ha leído mucho, se siente perdido y anhela vivir y conocer más. El diablo le dice a Fausto que puede ayudarle y hacen un trato: el diablo ayudará a Fausto a vivir y encontrar la felicidad, pero si Fausto experimenta la verdadera felicidad, deberá morir. Entonces servirá al diablo en el infierno.
Mefisto lleva a Fausto ante una bruja. Ella le da una bebida que lo rejuvenece y Fausto se siente lleno de vida. Desea conocer chicas, así que Mefisto le ayuda a encontrar a Gretchen. Fausto y Gretchen se enamoran y pronto ella queda embarazada. Su hermano, Valentín, se entera y se enfurece. Lucha contra Fausto, pero con la ayuda de Mefisto Fausto hiere gravemente a Valentín, que muere.
Un embarazo fuera del matrimonio es un gran pecado para Gretchen y el pueblo se vuelve en su contra. Fausto huye. Luego va con el diablo a una gran fiesta de primavera en la Noche de Walpurgis. Se dice que las brujas se reúnen esa noche en la colina de Brocken. Allí, Fausto sueña con el rostro triste de Gretchen. Parece muerta. Lleva una cinta roja en el cuello.
Por la mañana, Fausto recibe la noticia. Gretchen ha sido condenada a muerte por su pecado. Fausto y el diablo planean salvarla. Van a su cárcel al amanecer, pero ella le confunde con un verdugo. Él le revela la verdad, pero Gretchen se niega a irse. Dice que debe pagar por sus actos. El diablo aparece y les ordena que se marchen. Gretchen lo ve y se asusta, así que reza pidiendo ayuda. Una voz dice: «¡Está salvada!». Fausto y Mefisto se van.
Parte 2
Fausto despierta en un campo. Se siente fresco y feliz y ha olvidado a Gretchen porque los espíritus de la tierra le han lavado en las aguas del Leteo.
Mefisto visita al rey, un hombre amante de la diversión, pero sus hombres le piden que solucione sus problemas económicos. Mefisto se ofrece a ayudar, pues obtendrá dinero del oro que yace bajo tierra. Lleva a Fausto en busca del oro, pero antes el rey exige magia. Pide ver a Paris y Helena. Mefisto le da a Fausto consejos para encontrarlos. Fausto desciende a las profundidades de la tierra en su búsqueda. Les lleva ante el rey. Fausto se enamora de Helena a primera vista y lucha contra Paris cuando este intenta violarla. Se produce una gran explosión y Paris y Helena se desvanecen. Fausto se desmaya.
Mefisto no logra despertar a Fausto, así que va a buscar a Wagner. Wagner crea en un tubo de ensayo un ser humano llamado Homúnculo. Homúnculo sabe que Fausto debe ir a Grecia.
Fausto despierta al llegar a Grecia. Parte en busca de Helena. Mefistófeles y el Homúnculo se separan. Se encuentran con dioses, bestias ancestrales y espíritus. Helena y sus hijas regresan a Esparta. Allí conocen a una doncella con aspecto de bruja que les dice que su amado acabará con sus vidas. Ella las ayuda a huir a casa de Fausto. Helena se enamora de Fausto y se mudan a Arcadia. Tienen un hijo, Euforión. El niño intenta volar, pero muere. Helena oye su voz desde la profunda oscuridad y va tras él.
Fausto regresa a Alemania. Ayuda al rey a ganar una guerra y recibe tierras junto al mar. Construye una próspera ciudad en sus tierras. Sin embargo, una pequeña parte aún pertenece a una pareja de ancianos. Fausto envía hombres para desalojarlos, pero estos mueren de miedo. Fausto se siente culpable, pero termina su labor.
Fausto experimenta tal dicha que muere. Mefistófeles viene a llevarse su alma, pero los ángeles descienden para detenerle y se llevan el alma de Fausto. Finalmente, el alma de Gretchen le muestra a Fausto el camino al Cielo.
Temas
Los límites del conocimiento
Fausto de Goethe representa el ideal de la Ilustración: un erudito que, por encima de todo, confía en la razón y cree que el conocimiento es el bien supremo. Pero cuando lleva la razón hasta sus límites y contempla el vacío que deja tras de sí, experimenta un profundo tedio y vacío existencial. La razón por sí sola no puede dar sentido a su vida. Fausto representa la crisis de la Ilustración, el punto en el que la confianza en la ciencia, la filosofía y el progreso político alcanza sus límites.
La obra de Goethe se interpreta como una crítica a esa confianza. Nietzsche luego plantea una idea similar al hablar de la «tiranía» de la razón, remontando el hábito del cuestionamiento incesante a Sócrates. Fausto personifica la idea de que la razón y la búsqueda de la verdad son los bienes supremos. Sin embargo, vemos la trágica consecuencia: esas mismas búsquedas le dejan insatisfecho e inquieto.
Goethe modifica la antigua leyenda: Fausto no es simplemente malvado. Apostó contra Mefistófeles en una apuesta cósmica entre Dios y Satanás. A Fausto no le impulsa la maldad, sino un hambre obsesiva de saber y hacer más. Incluso después de dominar todas las artes y ciencias a su alcance, clama que todo su aprendizaje no le ha enriquecido: «Con toda nuestra ciencia y arte, / nada sabemos, ¡me quema el corazón!». Desesperado por encontrarle sentido a la vida, recurre a la magia y a actos transgresores para escapar de sus limitaciones.
En cuanto a la salvación, Goethe deja la pregunta abierta. Hacer, esforzarse, crear, puede dar forma a la vida y evitar la falta de sentido, pero también puede profundizar el abismo si se trata solo de trabajar por trabajar. Ser y hacer no son idénticos. La acción puede expresar un ser pleno, pero la acción por sí sola no puede reemplazar el propósito interior. La historia de Fausto plantea si la redención es posible cuando el deseo de conocimiento ha vaciado el ser, y si una vida con sentido requiere algo más que un esfuerzo incesante.
Dualidad
Fausto narra la historia de alguien dividido entre dos mundos. El propio Fausto es inquieto: por un lado, erudito que desea comprenderlo todo; por otro, humano que anhela experiencias y placer. Él mismo nombra esa dualidad con claridad: «¡Ay, dos almas habitan en mi pecho!».
Ese conflicto interno se manifiesta en su relación con Mefistófeles. Mefistófeles no es solo un villano al que culpar; es quien empuja a Fausto a abandonar sus hábitos. Le tienta y le corroe, pero también le impulsa a actuar. Su pacto refleja el anhelo de Fausto por un momento perfecto y la tragedia de que tal momento sea inalcanzable.
Goethe utiliza esta tensión para explorar otras oposiciones: pensamiento versus acción, espíritu versus cuerpo, apariencia versus verdad. Fausto abandona su estudio para adentrarse en el mercado, pasando de las ideas al caos de la vida — amor, culpa, política — y estos cambios revelan el choque entre teoría y práctica. Las escenas oscilan entre la luz y la sombra, el orden y el caos, la gracia y el deseo (por ejemplo, el destino de Gretchen frente a las posteriores visiones celestiales), demostrando que los opuestos no se anulan simplemente, sino que se moldean mutuamente.
En definitiva, Goethe no ofrece una moraleja sencilla. La salvación de Fausto es compleja y está abierta al debate. No se salva solo por la pureza, sino por la perseverancia en su lucha. La obra sugiere que vivir con la contradicción y, a pesar de ella, seguir esforzándonos, forma parte de lo que nos redime.
Redención
La redención en Fausto se centra menos en seguir reglas y más en el viaje del corazón. Fausto toma decisiones terribles e incluso vende su alma, pero lo que finalmente le salva no es un comportamiento perfecto ni un indulto legal, sino su incansable y sincera búsqueda de algo mejor.
A lo largo de su vida, anhela, fracasa, aprende y, finalmente, imagina un futuro más bondadoso y creativo para los demás. Ese anhelo (su compromiso de trascender sus propios límites) es lo que el coro final de la obra expone como redentor. Los ángeles le liberan de las garras de Mefistófeles, y los versos finales insisten en que quien realmente desea el bien y mantiene su fe en el cielo puede ser perdonado. En opinión de Goethe, la salvación pertenece a las personas imperfectas que nunca dejan de aspirar.
Sensualidad y esteticismo
El Fausto de Goethe trata la sensualidad y la experiencia estética como fuerzas centrales que moldean los deseos y las acciones de Fausto. Frustrado por el conocimiento abstracto: «Siento cómo todo lo que pensé y planeé / se desvanece en el vacío y la noche». Fausto recurre a la vida sensorial en busca de renovación, anhelando «el éxtasis de los sentidos» como antídoto contra la especulación estéril. La sensación y la inmediatez estética prometen una existencia más plena y viva que la que ofrece la razón por sí sola.
Mefistófeles actúa como tentador y guía, transformando la añoranza metafísica de Fausto en una experiencia sensual concreta. Ofrece placeres mundanos y un espectáculo teatral, mostrando cómo el arte, la representación y el exceso sensorial pueden remodelar la identidad al tiempo que la manipulan. Episodios como la Noche de Walpurgis y las escenas de máscaras escenifican este poder de la forma, el vestuario, la música y la ilusión.
Las escenas con Gretchen complejizan ese atractivo. La sencilla belleza y calidez de Gretchen despiertan a Fausto, pero la atracción estética adquiere una carga moral. La intimidad y el deseo físico entre ellos conducen al aislamiento, la culpa y la tragedia, mostrando cómo el anhelo sensual, sin el control de la ética ni la responsabilidad social, puede destruir vidas.
Sin embargo, Goethe no rechaza la sensualidad de plano. El final de la obra replantea los deseos de Fausto dentro de un propósito mayor: el esfuerzo persistente, en parte sensual, en parte espiritual, lo impulsa hacia el infinito. Es este esfuerzo incesante el que le permite ser rescatado: «Quien se esfuerza con trabajo incesante, / a quien podemos rescatar, esto lo sabemos». Los impulsos sensuales y estéticos siguen siendo ambivalentes, capaces de corromper y dañar cuando están aislados, pero también motores indispensables de vitalidad y aspiración. Cuando se integran adecuadamente en un esfuerzo sostenido, contribuyen a la renovación moral y comunitaria.
Fausto presenta la sensualidad y la estética como elementos vitales y ambivalentes. Son fuentes esenciales de vida y percepción, peligrosas cuando se desvinculan de ellas, pero en última instancia, parte de un modelo redimido de humanidad activa y luchadora.
Modernidad y alienación
Fausto nos presenta a un hombre con el que todos podemos identificarnos: brillante, inquieto y con una tristeza silenciosa. Es culto e inteligente, pero carece de sensibilidad. Dos almas le desgarran: una moldeada por los libros y las normas, la otra ávida de experiencias. Esta dualidad le convierte en un hombre moderno: hábil para describir el mundo, pero incapaz de pertenecer a él.
Su pacto con Mefistófeles se asemeja a una negociación con la vida moderna: intercambiar significado por experiencia. Fausto anhela intensidad, novedad y poder. Mefistófeles le ofrece un mundo donde las personas y los placeres son objetos para usar o contemplar. Cuanto más persigue Fausto las sensaciones, ya sea en la Noche de Walpurgis o en la ciudad, más solo se siente. La libertad sin raíces, sugiere Goethe, puede dejar a una persona a la deriva en medio de un sinfín de opciones.
Gretchen pone de relieve el coste humano. Su fe, su familia y su vida sencilla contrastan con la incesante búsqueda de Fausto. Cuando sus experimentos destrozan su mundo, vemos cómo la búsqueda del ego de una persona puede destruir la estabilidad de otra.
Goethe no convierte a Fausto en un monstruo. Su lucha se siente vital y humana. También es peligrosa. Sus esfuerzos posteriores, como la recuperación de tierras y la creación de nuevas comunidades, sugieren que esa inquietud puede contribuir a mejorar las cosas, no solo a empeorarlas. La tensión final entre el juicio y la misericordia sugiere que la alienación podría sanarse cuando la lucha personal se une a objetivos éticos.
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