La Ilíada o el poema de la fuerza por Weil


Contexto

Simone Weil (1909-1943) desarrolló su filosofía entre las dos Guerras Mundiales. La plasmó en términos de Naturaleza y la condición humana. Contrariamente a la tradición analítica, puso el énfasis sobre la conexión ética entre la vida y la filosofía.

Sartre y de Beauvoir vivieron en un mundo sin Dios y valoraron la libertad del individuo para elegir su ética y demostrar que la moralidad era posible. Weil tomó en serio la moralidad, a pesar de reconocer sus defectos, y creó sus valores atendiendo a la existencia de los demás. Para ella, la ética consistía en preocuparse por otros, aceptarlos por sí mismos, no por algún objetivo personal de santa perfección moral. Para ella, negarse a prestar atención a los demás significaba aceptar que nada ni nadie era sagrado. Esto, pensó, fue lo que condujo al imperio de la fuerza y ​​convirtió al sujeto en objeto. La moralidad, para Weil, era más que natural - participa en lo sobrenatural.

Kant intentó fundamentar la moralidad en una ley racional. Aristóteles basó su ética en el impulso del autodesarrollo. Hume argumentó que la moralidad era un cálculo utilitario basado en las simpatías humanas. Weil rechazó cualquier postura ética basada en el individuo, ya que la moralidad era una cuestión de atención y cuidado de los demás y se basaba en una obligación universal y sobrenatural.

Sin embargo, la autora basó su visión ética en un fundamento natural. Esta base, argumentó, era que los humanos reaccionaban de manera diferente ante las cosas que ante otros seres humanos. Ella atribuyó esto al poder fundamental que los humanos ejercen unos sobre otros. Lo expresa claramente en La Ilíada o El Poema de la Fuerza:

"Cualquier persona que está cerca de nosotros ejerce sobre nosotros, con su sola presencia, un cierto poder que sólo le pertenece a él, es decir, el poder de detener, reprimir, modificar cada movimiento que nuestro cuerpo esboza. Si nos hacemos a un lado, para un transeúnte en la calle no es lo mismo que hacerse a un lado para evitar un cartel publicitario; solos en nuestras habitaciones nos levantamos, caminamos y nos volvemos a sentar de manera muy diferente a como lo hacemos cuando tenemos una visita."

Según la autora tratar a los demás como fines en sí mismos es donde el mundo natural se cruza con lo sobrenatural, más allá del espacio y el tiempo. Para ella existe la expectativa de que seremos tratados bien, no mal, y ahí es donde la moralidad se convierte en una fuerza de necesidad.

Weil puso en práctica su creencia de que la vida y la filosofía están conectadas. Trabajó en una fábrica de automóviles donde observó los efectos negativos de la mecanización en sus compañeros de trabajo. En 1946 se unió a los combatientes extranjeros contra el golpe fascista en España, pero se retiró tras un accidente. Durante la Segunda Guerra Mundial se mudó al sur de Francia para conocer el trabajo como recolectora de uvas en la vendimia. Finalmente escapó a Estados Unidos en 1942, a través de Marruecos, pero volvió para trabajar con la resistencia francesa en Londres. En un esfuerzo por identificarse con sus compatriotas franceses se negó a comer más que la ración en la Francia ocupada, lo que provocó desnutrición y su muerte por tuberculosis cuando tenía poco más de treinta años.

Comentario

La Ilíada, o El poema de la fuerza, fue compuesta en 1940, tras la caída de Francia ante la invasión alemana. Aparece como un comentario sobre el uso extremo de la fuerza en este contexto.

Las primeras líneas establecen la Fuerza como tema principal del ensayo:

“El verdadero héroe, el verdadero sujeto, el centro de la Ilíada es la fuerza. Fuerza empleada por el hombre, fuerza que esclaviza al hombre, fuerza ante la cual la carne del hombre se encoge.”

Según Weil, La Ilíada presenta una visión poco gloriosa y pacifista. Toda la sangre, las matanzas y las muertes se describen en términos crudos, mientras que las víctimas de la guerra no son glorificadas ni compadecidas, sino que se muestran como resultados miserables de la locura. La autora dice que queda un sabor de amargura en la boca del lector cuando Homero contrasta las alegrías de los tiempos de paz y la brutalidad de los tiempos de guerra.

La Fuerza, héroe épico, es el conductor de la historia. Obliga a los combatientes a seguir luchando, a pesar de cualquier oportunidad de huir. También deja cicatrices en las almas de los conquistados bajo el cruel gobierno de los vencedores. Ambos bandos pasan de ser humanos a ser cosas, ya que sus esperanzas y sueños se ven arruinados por la guerra y se convierten en engranajes de una máquina monstruosa. La autora señala que a todos los personajes del poema se les permite una experiencia de euforia que luego, a menudo, desaparece en las siguientes líneas.

Weil afirma que la Fuerza es la maestra suprema de los humanos, obligándolos a actuar contra la razón en un círculo vicioso de guerra - sufrimiento - guerra. Aquellos atrapados en la violencia no pueden escapar de su propia violencia.

Sin embargo, Weil evita mencionar un elemento clave del poema que contradice su interpretación de la Fuerza como héroe épico. Después de discutir con Agamenón, Aquiles se niega a luchar (durante 9 libros del poema) y rechaza las razones para volver a la lucha, pero finalmente regresa a la batalla en busca de la gloria eterna de un héroe.

Weil también menciona el papel de La Ilíada como entretenimiento y prefiere centrarse en la Fuerza como el destino de la humanidad. El mundo homérico abraza un concepto de poesía que metamorfiza el sufrimiento en una historia placentera y establece una brecha entre la audiencia y los eventos narrativos. Weil planteó la hipótesis de que el público griego se veía a sí mismo como víctimas derrotadas de la guerra, al igual que ella. Pero La Ilíada sugiere (y La Odisea relata en detalle) que el público estaba alejado de los acontecimientos narrados. Sin embargo, Weil consideraba que el sufrimiento era ennoblecedor y lo imponía a sí misma innecesariamente.

Temas

Sociedad

Weil analiza las teorías sociales de su época como el fascismo, el comunismo, el anarquismo y el capitalismo. Presenta el colectivismo como la dirección de la cultura moderna, con poblaciones sujetas a la producción y al consumo en un dominio totalitario de los medios a los fines. Luego recurre a la economía estatal y al ejército como medios para contener a los poderosos a través del control económico y la satisfacción social. Señala cómo el capitalismo ha podido eludir la economía marxista y anarquista. Afirma que la modernidad ha sistematizado la acumulación, la organización y las relaciones humanas a través de la concentración del poder. Dice que la productividad y la eficiencia están impulsadas por la opresión y la coerción. También observa que en lugar de rebelarse contra sus opresores, la sociedad se rebela contra la naturaleza.

Weil ofrece una solución a los problemas de la sociedad a partir de la antropología contemporánea que consideraba la sociedad como un proyecto de relaciones individuales. Esta perspectiva rechazaba a las autoridades individuales, "tótems", que fabrican las estructuras sociales opresivas a través de la religión y las normas que interpretan y sancionan actividades:

"Lo colectivo es el objeto de toda idolatría, esto es lo que nos encadena a la tierra. En el caso de la avaricia, el orden social es el oro. En el caso de la ambición, el orden social es el poder."

La sociedad misma es una fuerza manipuladora de la que los individuos no son conscientes. Atrapa a las personas en el miedo. Weil rechaza la solución de Nietzsche que trasciende la moral. Ella ofrece una percepción más simple de la sociedad, basada en la alegoría de la caverna de Platón en La República:

"Es lo social lo que arroja el color de lo absoluto sobre lo relativo. El remedio está en la idea de relación. La relación se abre paso fuera de lo social. Es el monopolio del individuo. La sociedad es la cueva. La salida es la soledad."

Según Weil, las sombras de la cueva son producto de la sociedad moderna. La solución es que los individuos descubran sus propias realidades y se despeguen de las manipulaciones sociales. Como activista, más que como filósofo de salón, Weil defendía la meditación sobre los mecanismos sociales, no la contemplación, sino el codearse con la política y la sociedad. Participó activamente en la Guerra Civil española, trabajó en fábricas y granjas y se unió a la resistencia francesa para experimentar de primera mano la naturaleza de la sociedad y el poder.

Weil vio el mal por todos lados y lo describió como:

"el servicio del Dios falso, de la Bestia social bajo cualquier forma que sea".

Soledad

La soledad en la filosofía de Weil está vinculada a su análisis de la sociedad y la religión. Ella analiza el cristianismo y el catolicismo en los mismos términos colectivistas que la sociedad. A pesar de su reconocimiento de Cristo, de la enseñanza moral del catolicismo tradicional y de sus experiencias de misticismo, nunca se convirtió al Catolicismo.

Su visita a Asís, donde cayó de rodillas, su arrobamiento por los cantos benedictinos de los monjes Solemes y su experiencia de las atrocidades de la guerra la llevaron a una filosofía de la soledad, un rechazo de la colectividad:

"Lo sagrado en la ciencia es la verdad; lo sagrado en el arte es la belleza. La verdad y la belleza son impersonales."

Su soledad era a la vez una renuncia al ego y una negativa a subordinarse a la multitud. Es lo que ella llama "impersonalidad". Es su salida de la caverna de Platón. Concluye que todo lo sagrado en el individuo es impersonal y todo en la sociedad es profano y falso. Los humanos, considera, vivimos en esta segunda dimensión:

"Lo colectivo es el objeto de toda idolatría, esto es lo que nos encadena a la tierra. En el caso de la avaricia, el oro es del orden social. En el caso de la ambición: el poder es del orden social. La ciencia y el arte son llenos del elemento social también. ¿Y el amor? El amor es más o menos una excepción: por eso podemos ir a Dios por el amor, no por la avaricia o la ambición."

La forma en que Weil aborda lo sagrado la llama "decreación", un método para alcanzar lo impersonal, precedido por la soledad. Es un proceso de altruismo, rechazando la inmortalidad, buscando una presencia trascendente en lo impersonal. Como en toda la filosofía de Weil lo aplica a su vida diaria donde padecía migrañas y cansancio, y tiene ecos del misticismo de Teresa de Ávila:

"Es necesario desarraigarse. Cortar el árbol y hacer de él una cruz, y luego cargarla todos los días."

Materialidad

Simone de Beauvoir relató una conversación que tuvo con Weil sobre el hambre en China, donde le dijo que el problema no era hacer feliz a la gente, sino encontrar sentido a su existencia. Weil respondió:

"Es fácil ver que usted nunca ha pasado hambre."

La filosofía de Weil reconocía la necesidad primaria de la vida humana: comida, no significado. Lo extendió también al alimento del alma, pero sin perder de vista la atención a las necesidades físicas de los demás. Era una obligación moral y se convirtió en un compromiso político en forma de revolución. Aquí encontró el marxismo, cuya gran idea fue:

“Que tanto en la sociedad humana como en la naturaleza nada ocurre más que a través de transformaciones materiales.”

Entendía que Marx intentaba cambiar el orden social para que todos fueran tratados como un fin en sí mismos, en una sociedad libre de opresión.

Por otro lado, su problema con Marx era que él no entendía las raíces básicas de la opresión y la solución a ese problema. Weil consideró insuficiente el objetivo marxista de destruir la propiedad privada mediante la desaparición del capitalismo. 

Religión

La primera opción de Weil no fue lo sobrenatural, sino lo material en el formato del marxismo y el interés por el hambre y la injusticia. Cuando más tarde recurrió a las influencias del cristianismo y el platonismo, basó esta redirección espiritual en sus intereses temporales anteriores.

En su pensamiento religioso, Weil ofreció su propia teología de la creación. El Creador que es infinitamente bueno y eterno se retiró para permitir la existencia del universo, algo no del todo bueno, finito y determinado por el espacio y el tiempo. Hay una pantalla de fuerzas necesarias entre Dios y la creación: las criaturas están gobernadas por fuerzas como en el Timeo de Platón. En su pensamiento cristiano la contradicción entre Creador y criatura se supera en Cristo.

La abdicación de Dios se realiza por amor y su providencia se entiende reconociendo el universo como signo de las intenciones divinas. Los humanos deben seguir a Dios renunciando a su autonomía (de-creación) por amor a la Divinidad e inspirados por la paradójica acción inactiva del Bhagavad Gita.

Weil construye su filosofía de la religión a través de oposiciones no sintetizadas que actúan como intermediarios que elevan el alma hacia arriba. Este concepto pasó de una mediación natural anterior entre mente y materia a una relación posterior entre inteligencia natural y amor sobrenatural. La realidad misma es contradictoria para la autora, ya que presenta un obstáculo como cuando se encuentra con una idea difícil, con otra persona o cuando realiza un trabajo físico. El pensamiento entra en contacto con la necesidad y tiene que transformar la contradicción en correlación, lo que conduce a la edificación espiritual. Ella afirma, paradójicamente, que lo que es una realidad dolorosa como la distancia de Dios es también una conexión con Dios, explicando este concepto en la metáfora:

"Dos presos cuyas celdas están contiguas se comunican entre sí tocando la pared. La pared es lo que los separa, pero también es su medio de comunicación. Lo mismo ocurre con nosotros y con Dios. Cada separación es un vínculo."

Weil distingue su concepto de realidad del de imaginario, que él critica por su tendencia a ofrecer falsos consuelos que obstruyen la contemplación real. Continúa sugiriendo que el ateísmo puede purificar porque neutraliza el consuelo religioso a través del desapego.

La realidad es también una necesidad, porque es determinada, limitada y contingente. Lo real es un reflejo de la necesidad, ya que la condición humana, para Weil, es la esclavitud a fuerzas que escapan a nuestro control.

Al contrario de sus contemporáneos existencialistas, Weil no pensaba que la libertad humana fuera parte integral de uno mismo, sino algo sobrenatural, a través del consentimiento. Por consentimiento sigue a Marco Aurelio y Spinoza en su visión estoica de que consentir la necesidad y el orden del mundo es aceptar la voluntad divina. El consentimiento es, entonces, una reconciliación entre lo necesario y lo bueno. Es decreación, un desinterés donde se niega el ego. Ésta es su metafísica, expresada en un lenguaje místico, pero puesta en práctica por ella.

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