Sobre la gracia y la dignidad de F. Schiller

 

Contexto

Friedrich Schiller (1759-1805) fue nombrado profesor de Historia y Filosofía en la Universidad de Jena en 1789 y continuó allí los estudios sobre el idealismo alemán, desarrollados a partir de la obra de Immanuel Kant. Estos estudios fueron iniciados por Reinhold y continuados por Fichte , Schiller, Hegel y otros. (Jena pasó a llamarse Universidad Friedrich Schiller en 1934).

En su famoso ensayo “¿Qué es la Ilustración?”, Kant la define como “la emancipación del hombre de su inmadurez autoimpuesta". Lo que él llama la “inmadurez” de la humanidad es el período en el que las personas no pensaban realmente por sí mismas y, en cambio, generalmente aceptaban las reglas morales que les transmitían la religión, la tradición o autoridades como la iglesia, un señor feudal o el rey.

Este nuevo enfoque de la Ilustración creó un problema para los filósofos morales: si la religión no era el fundamento que daba validez a las creencias morales, ¿qué otro fundamento podría haber? La pérdida de fe en la autoridad previamente reconocida fue vista por muchos como una crisis espiritual para la civilización occidental. Si Dios ha muerto, ¿cómo sabemos qué es verdad y qué es correcto?

La respuesta de Kant fue que las personas simplemente tenían que resolver esas cuestiones por sí mismas. Para Kant, la moral no era una cuestión de capricho subjetivo establecido en nombre de Dios, la religión o la ley. Creía que la ley moral era algo que solo podía descubrirse mediante la razón. No era algo que se nos impusiera desde fuera. En cambio, es una ley que nosotros, como seres racionales, debemos imponernos a nosotros mismos. Algunos de nuestros sentimientos más profundos se reflejan en nuestra reverencia por la ley moral, y cuando actuamos como lo hacemos por sentido del deber, nos realizamos como seres racionales.

Otra respuesta al problema moral de la Ilustración fue la Teoría del Contrato Social propuesta en el siglo XVII por Thomas Hobbes, John Locke y en el XVIII por Jean-Jacques Rousseau, con sus diferentes soluciones para una moral secular. Hobbes creía en una autoridad central fuerte para evitar el caos de una "guerra de todos contra todos". Locke enfatizó los derechos naturales y la necesidad de que el gobierno proteja la vida, la libertad y la propiedad. Rousseau se centró en la voluntad general y la soberanía colectiva, abogando por una sociedad que alinee la libertad individual con el bien común. Estas diferentes fórmulas para un Contrato Social establecían que la moral era esencialmente un conjunto de reglas que los seres humanos acordaban entre sí para hacer posible la convivencia. Si no aceptáramos estas reglas, la vida sería absolutamente horrible para todos.

Pensadores como Jeremy Bentham y Francis Hutcheson presentaron otro intento de fundamentar la moralidad en una base no religiosa. La propuesta de Bentham, el utilitarismo, sostiene que el placer y la felicidad tienen un valor intrínseco y que las acciones son moralmente correctas si promueven la felicidad, e incorrectas si causan dolor. Esta filosofía enfatiza la maximización del placer y la minimización del sufrimiento para el mayor número de personas. Algo es bueno si promueve la felicidad de la mayoría y es malo si causa sufrimiento a la mayoría. Nuestro deber fundamental es intentar hacer cosas que aumenten la felicidad y/o reduzcan la miseria general en el mundo.

Kant rechazó el utilitarismo. Pensaba que su problema fundamental era que juzgaba las acciones por sus consecuencias. Si una acción hace feliz a la gente, es buena; si hace lo contrario, es mala. Pero esto parece contrario a lo que llamamos sentido común moral. Por ejemplo, ¿quién es mejor persona, el millonario que dona 1000 € a la caridad para ganar seguidores en redes sociales o el trabajador con salario mínimo que dona su salario diario a la caridad porque cree que es su deber ayudar a los necesitados? Si las consecuencias son lo único que importa, entonces la acción del millonario es técnicamente la "mejor". Pero la mayoría juzgamos las acciones más por su motivación que por sus consecuencias. Kant creía que, al enfatizar la felicidad, el utilitarismo malinterpretaba por completo la verdadera naturaleza de la moral. En su opinión, la base de nuestro sentido de lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto, es nuestra conciencia de que los seres humanos son agentes libres y racionales a quienes se les debe dar el respeto apropiado como tales seres.

El argumento moral de Kant se resume en su frase:

Lo único incondicionalmente bueno es la buena voluntad”. 

La buena voluntad, dice Kant, es buena en todas las circunstancias. Una persona actúa con buena voluntad cuando hace lo que hace porque cree que es su deber, cuando actúa por un sentido de obligación moral.

Sin embargo, no realizamos todas nuestras acciones por obligación. Muchas veces actuamos por interés propio. Sin embargo, los seres humanos podemos, y a veces realizamos, acciones por motivos puramente morales. Para Kant, cuando una persona elige libremente hacer lo correcto, simplemente porque es lo correcto, su acción añade valor al mundo mediante la bondad moral.

Según Kant, en la mayoría de las situaciones, el deber es obvio. Si no estamos seguros, podemos encontrar la respuesta reflexionando sobre un principio general que Kant llama el «imperativo categórico». Este, afirma, es el principio fundamental de la moralidad y de él se deducen todas las demás reglas y preceptos. Ofrece varias versiones de esta regla de referencia:

“Actúa solo según aquella máxima que puedas querer como ley universal”.

Esto significa, básicamente, que solo deberíamos preguntarnos si deseamos sinceramente y consistentemente un mundo en el que todos se comporten como nosotros. Según Kant, si nuestra acción es moralmente incorrecta, la respuesta a esta pregunta sería no.

Otra versión del imperativo categórico que ofrece Kant establece que debes 

“... tratar siempre a las personas como fines en sí mismas, nunca meramente como medios para alcanzar los propios fines".

Esto se conoce comúnmente como el principio de los fines. Si bien es similar a la Regla de Oro: «Trata a los demás como te gustaría que te trataran», impone la responsabilidad de seguir la regla a los humanos, en lugar de aceptar las restricciones de la influencia divina.

La clave de la creencia de Kant en lo que concierne a la moralidad humana reside en que somos criaturas libres y racionales. Tratar a alguien como un medio para tus propios fines o propósitos es no respetar este hecho. Tratar a alguien como un fin, en cambio, implica respetar siempre su capacidad para tomar decisiones racionales libres, que pueden ser diferentes de las que deseas que tome. Así pues, si quiero que hagas algo, la única línea moral de acción es explicarte la situación y lo que quiero y dejarte tomar tu propia decisión.

Resumen 

Über Anmut und Würde (Sobre la gracia y la dignidad), publicado en 1793, era el comentario de Friedrich Schiller a las ideas de Kant sobre la moralidad.

En su ensayo, Schiller utiliza los conceptos de gracia y dignidad para salvar la brecha entre la moral y la estética. Aborda una pregunta formulada por Kant: ¿cómo pueden combinarse el deber y la inclinación en nuestra evaluación del valor moral?

El ensayo comienza con el análisis de un antiguo mito griego sobre Venus, la diosa de la belleza. Venus tiene un cinturón que puede impartir gracia a quienes lo usan, incluso si no son bellos. Por lo tanto, la gracia se asocia con la belleza. El cinturón es un accesorio transferible y, por lo tanto, la gracia que otorga no forma parte de la naturaleza de quien lo usa. Pero también es objetiva; existe, sea percibida o no. Dado que "el movimiento es el único cambio que un objeto puede experimentar sin alterar su identidad", Schiller decide que la gracia debe designar la belleza del movimiento. Los griegos también restringieron la gracia a los humanos, refiriéndose a aquellos capaces de sentimientos morales, mientras que los objetos naturales no pueden atribuirse el mérito de su belleza. Por lo tanto, la gracia implica una expresión de la libertad humana y es una instancia de mérito personal. Según Schiller, la gracia es "la belleza de la forma bajo la influencia de la libertad".

Schiller afirma que las acciones elegantes nos plantean una paradoja: por un lado, como ejemplos de libertad, son movimientos deliberados; por otro, parecen naturales e incluso instintivos. Schiller resuelve esta paradoja distinguiendo dos tipos de acción. Nuestra naturaleza racional nos permite realizar acciones voluntarias en respuesta directa a nuestro libre albedrío. Pero también realizamos acciones que, a pesar de estar dirigidas por la voluntad, parecen involuntarias. Schiller denomina a estas acciones simpáticas: se producen debido al sentimiento moral, en contraposición al instinto natural. Actuar según la ley moral objetivamente determinada sigue determinando el valor moral de una acción, según Schiller, quien se describe a sí mismo como «completamente de acuerdo con los moralistas más rigurosos». Pero una acción puede ser elegante además de moralmente digna si parece surgir naturalmente de la disposición del agente, motivada por sentimientos que son en sí mismos producto de su carácter. La gracia, por lo tanto, describe la forma en que actuamos, en contraposición a las razones que damos para nuestras acciones: es una expresión de nuestra «actitud moral». Estar determinado de esta manera por la disposición permite que una acción parezca a la vez necesaria y natural hasta el punto de que la persona no parece “consciente de poseer la gracia”.

Schiller llama a quien vive en este estado de gracia un «alma bella». En tal caso, el sentido ético ha tomado por fin el control de todos los sentimientos de la persona, de tal manera que puede guiar la voluntad sin vacilación y nunca corre el riesgo de contradecir sus decisiones. Un alma bella:

“...lleva a cabo los deberes más exigentes de la humanidad con tal facilidad que podrían ser simplemente las acciones de su instinto interno".

Puede obedecer a la razón con alegría, sin tratarla como una carga. Así, la gracia salva la división kantiana entre la inclinación y el deber:

“Es en un alma bella donde la sensualidad y la razón, el deber y la inclinación están en armonía, y la gracia es su expresión en forma de apariencia".

Al encarnar este tipo de perfección, la gracia evidencia una unidad entre lo moral y lo estético que la filosofía kantiana altera al establecer sus distinciones conceptuales. Sin embargo, una vez que comprendemos la unidad subyacente que sugiere la gracia, podemos corregir los excesos provocados por la rigurosa separación kantiana entre razón e inclinación. Schiller considera que, además de reflejar mejor la verdad metafísica, enfatizar la unidad entre lo moral y lo estético producirá mejores resultados. Suprimir brutalmente nuestra faceta sensual no tendrá éxito a largo plazo.

Aunque el autor describe el alma bella como un ideal de armonía humana, reconoce que las circunstancias a veces la imposibilitan. Dado que los humanos son criaturas naturales, son susceptibles al placer y al dolor. Pero mientras que otros animales se mueven únicamente por esta susceptibilidad, los humanos, además, poseen razón. También poseemos una facultad suprasensual, la voluntad, que no está sujeta ni a la naturaleza ni a la razón. Esto significa que, mientras los animales deben luchar para liberarse del dolor, los humanos pueden decidir aferrarse a él. Cuando el dolor amenaza con obligar a un ser humano a actuar contra la razón, su naturaleza ética debe resistir. En tal momento, la armonía es imposible y la persona no puede alcanzar la belleza moral. Pero ese momento también crea la posibilidad de una grandeza moral que evidencia la superioridad de las facultades superiores sobre las sensuales. Al negarse a sucumbir al dolor, el alma bella se vuelve heroica y se transforma en un alma sublime. La apariencia de tal alma no es gracia, sino dignidad. Schiller ofrece el ejemplo de alguien cuyo dolor físico extremo es evidente en su cuerpo. En contraste, sin embargo, «sus movimientos intencionales son suaves, los rasgos faciales relajados y la mirada y el ceño serenos». Es esta paz, dice Schiller, la que define la dignidad. Aquí matiza su afirmación anterior de que el alma bella representaba el mayor logro humano. Cuando la gracia y la dignidad se unen en una misma persona, afirma ahora, «entonces la expresión de la humanidad se completa en esa persona».

Temas

Doble naturaleza de la humanidad

Schiller subraya la naturaleza dual del ser humano: racional y emocional. Argumenta que la verdadera belleza surge del equilibrio entre ambos aspectos.

El concepto de Schiller sobre la naturaleza dual de la humanidad se basa en su interpretación del régimen de terror de la Revolución Francesa. Consideraba que había sido un gran momento histórico, perdido por falta de racionalidad, moralidad y espiritualidad. Resume así:

“Un gran momento ha encontrado a un pueblo pequeño”.

Su análisis distinguió los conceptos de Stofftrieb (el impulso sensorial) y Formtrieb (el impulso racional). La humanidad, según Schiller, debe aprender a comprender y equilibrar estas fuerzas, que tensionan nuestra naturaleza dual como seres físicos y personas existenciales.

La naturaleza animal del hombre se ve impulsada por el instinto sensorial. Esto equivale a la sensualidad humana, a nuestra existencia como ser espacio-temporal que vive entre otras entidades sensuales. Este instinto sensual, nos advierte, siempre amenaza con desbordar el instinto de la forma.

El impulso de la forma es nuestra capacidad racional. A través de esta dinámica, las personas comprenden los principios de la existencia humana. Sin embargo, atender al impulso racional requiere que vivamos en el mundo sensual; en otras palabras, el impulso racional no es una mera abstracción, sino que debe integrarse con el mundo sensual. Cuando el impulso de los sentidos prevalece continuamente sobre el impulso racional, advierte Schiller, es entonces cuando debemos preocuparnos de que un gran momento se les haya escapado a personas insignificantes.

Deber y naturaleza

Schiller creía en la importancia del deber moral, que a menudo vinculaba con el concepto de libertad. Argumentaba que la verdadera libertad proviene de actuar conforme a las leyes morales, y no a los meros deseos personales.

El autor solía considerar la naturaleza como fuente de belleza e inspiración. Creía que la naturaleza refleja un orden divino y que los seres humanos pueden aprender de su armonía y equilibrio. En algunas de sus obras, Schiller explora la tensión entre los instintos naturales y los deberes sociales. Sugiere que, si bien la naturaleza impulsa las pasiones humanas, es mediante el ejercicio de la razón y el deber moral que los individuos pueden alcanzar la verdadera plenitud.

La filosofía de Schiller enfatiza la necesidad de conciliar las exigencias del deber con los impulsos de la naturaleza. Creía que una existencia armoniosa requería que los individuos cultivaran su sensibilidad moral, sin perder la conexión con el mundo natural. Esta síntesis es evidente en sus obras de teatro, como «Guillermo Tell» y «Los ladrones», donde los personajes a menudo lidian con sus responsabilidades frente a los instintos naturales y las expectativas sociales. Considera que su análisis del deber y la naturaleza refleja su creencia en el potencial de los seres humanos para alcanzar la armonía moral y estética mediante la interacción de estos dos aspectos fundamentales de la existencia.

Estética

La 'bella sociedad' de Friedrich Schiller es aquella en la que la humanidad ha progresado desde un estado donde las personas se motivan principalmente por sus necesidades naturales a un estado donde su principal incentivo es la voluntad moral; es decir, donde los ciudadanos se comportan de manera armoniosa y unificada por una inclinación natural. Más específicamente, en la sociedad bella, las personas ya no experimentan el conflicto entre la voluntad sensual y la voluntad moral. La ausencia de este conflicto las distingue de las personas de otras sociedades porque poseen lo que Schiller describe como un «alma bella». Y pueden desarrollar almas bellas al estar expuestas a grandes obras de arte, ya que el gran arte las libera de sus voluntades sensuales y les permite abrazar la voluntad racional y moral.

Kant había descrito el arte de forma muy diferente, argumentando que una obra de arte bella produce placer objetivo en un observador desinteresado. Esto implica que, para nosotros, ver que un objeto es bello no es solo ceder a nuestra inclinación personal; más bien, el placer que sentimos es algo que cualquiera puede experimentar. Sin embargo, si el arte es principalmente una fuente de placer, es indistinguible de disfrutar de una buena comida o un evento deportivo. ¿Por qué el arte es diferente de otras actividades placenteras?

Schiller responde que la exposición continua al arte tiene un efecto significativo en el individuo. Produce un equilibrio entre nuestros dos impulsos fundamentales: nuestro deseo de sensación y nuestro deseo de razonar, tal como se manifiestan en la voluntad moral. Cualquiera capaz de lograr este equilibrio armonioso es una persona hermosa. Una persona hermosa ha desarrollado la capacidad, tanto de actuar moralmente como de disfrutar de los placeres que el mundo ofrece. Este equilibrio interno la libera porque no está dominada ni por la lucha ni por la rectitud moral puritana. Así pues, Schiller se había alejado de la explicación experiencial de la belleza de Kant para adoptar una perspectiva funcional, aunque había elegido una función que normalmente no asociaríamos con el arte: la moralidad. A diferencia de Kant, quien en su Crítica del Juicio (1790) se centró en la belleza de los objetos naturales, Schiller estaba más interesado en la belleza interior del alma humana.

Schiller recomendó esta exposición a las artes en su obra filosófica, Cartas sobre la educación estética del hombre (1794), donde forma parte de una teoría política desarrollada. En cada persona existe una proporción entre la voluntad sensual y la voluntad moral/racional, y es necesario equilibrar ambas. Sin embargo, los gobiernos parecen tolerar o potenciar este desequilibrio.

Para Schiller, la mayoría de las sociedades carecen de verdadera libertad política y económica, y esta ausencia de verdadera libertad impide que las personas desarrollen la voluntad racional y moral. Los regímenes políticos, directa o indirectamente, incitan a sus ciudadanos a vivir de una manera excesivamente sensual que corrompe su desarrollo moral. La exposición a la experiencia estética propicia el equilibrio. La exposición al arte propicia la buena persona porque durante nuestra experiencia artística nos protegemos de las presiones perniciosas de la sociedad. Cuando contemplamos una pintura o escuchamos música, por ejemplo, atravesamos un período de interacción con el mundo, y de esta manera podemos mejorar el equilibrio de nuestro carácter. 



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